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20 noviembre 2007

"El País" sobre el rey y Chávez (2)

ELPAIS.com > España

El papel de la Corona
El Gobierno de Su Majestad
El incidente del Rey con Chávez en Santiago culmina un periodo turbulento que ha colocado a la Monarquía en el ojo del huracán
ERNESTO EKAIZER 18/11/2007

El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, llegó ayer a Riad, capital de Arabia Saudí. Antes de abandonar Caracas, apuntó: "Ellos [los españoles] me han mandado muchos mensajes por las vías menos imaginables: no quieren que esto se convierta en un problema".

¿Acaso ha enviado el rey Juan Carlos desde el palacio de la Zarzuela una paloma mensajera a su amigo el rey saudí Abdulah con alguna rama de olivo para Chávez? Lo cierto: el canciller cubano Felipe Pérez Roque utiliza sus buenos oficios y varios presidentes presentes la Cumbre Iberoamericana le han llamado. El mensaje: paz.

Si bien después de abandonar Santiago de Chile, el rey Juan Carlos pudo sentir, según aseguran fuentes consultadas por este periódico, la necesidad de descolgar el auricular de un hipotético teléfono rojo y llamar a Chávez, el impulso quedó en aguas de borrajas al ver la explotación del incidente por parte del presidente venezolano de cara al referéndum de reforma de la Constitución de su país convocado para el 2 de diciembre.

"En estas condiciones, el Rey no pudo hacer lo que quizá le pidiera el cuerpo. Esto habrá que bordarlo con arte", dijo una fuente diplomática. "Ahora no es bueno que una eventual comunicación personal pueda ser usada para atizar las brasas".

¿Hay algo en la conducta del Rey que, retrospectivamente, pueda dar alguna pista sobre su reacción del sábado 2 en Santiago? Aquellos que han viajado con el Rey y que le acompañaron en las horas siguientes, ya en la capital chilena, aseguran no haber advertido, caso de existir, algún detalle.

Quizá, insisten otras fuentes políticas, haya que remontarse no a las horas previas sino a los largos meses de tensión de la política interna española. Y, en particular, al hecho de que el Rey no se ha salvado de la polarización extrema en la lucha por el poder ante las elecciones generales del próximo 9 de marzo. Una lucha que no deja títere con cabeza, incluyendo en primerísimo lugar a todas las instituciones del Estado, con el Tribunal Constitucional en un estado, al decir de un magistrado, de "apaga y vámonos".

La vanguardia en la lucha para que la Monarquía no se salve de esa quema, o para garantizar que será pasto del fuego, según se mire, ha correspondido a la cadena Cope, propiedad de la Conferencia Episcopal. La batalla del periodista Federico Jiménez Losantos no se ha limitado a pedir, a partir de noviembre de 2005, la abdicación del Rey, quien, según el periodista, "sólo se lleva bien con los socialistas y muy mal con la derecha".

No. Ha sumado la Monarquía a la crisis que ha propiciado el Partido Popular en el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional, como si se tratasen de frentes de guerra contra el Gobierno. Para vender la imagen de la España rota

Fue en ese contexto en el que, el pasado verano, el príncipe Felipe sintió, según fuentes informadas, su paciencia colmada a raíz de una caricatura publicada en la revista satírica El Jueves sobre él y la princesa Letizia. Llovía sobre mojado. Don Felipe ya había tragado quina por la intromisión en la vida de su pequeña Leonor.

El Príncipe pudo estimar que su inmunidad legal se trocaba en indefensión.

La respuesta en este tipo de situaciones ha sido un tabú para la Casa del Rey. Primaba el criterio de mirar hacia otro lado. La Fiscalía, en el caso de la caricatura, interpretó que se deseaba una acción para poner límites. No es, como denunció el PP, que la Fiscalía metiera en un lío a la Monarquía. No. En la Casa del Rey algunos consideraron, según fuentes consultadas, que de vez en cuando puede ser inevitable pegar un puñetazo sobre la mesa. Y esa ocasión llegó con la caricatura sobre los Príncipes.

Al calor de este caso, un grupo de independentistas catalanes encapuchados quemaron en septiembre una fotografía de los Reyes en la plaza del Vino de Girona para protestar por la visita de Don Juan Carlos a la ciudad.

Los grupúsculos independentistas, por una parte, y sectores de la derecha por la otra, a través del periodista Jiménez Losantos, atacaban día sí, día no, un mismo objetivo: la Corona. La abdicación volvió a las ondas.

A primeros de octubre, el Rey defendió a la Monarquía y a todo el andamiaje institucional de la transición, en solfa precisamente por la lucha política encarnizada en este país. El líder del PP, Mariano Rajoy, a horcajadas de la campaña de las banderas, fue, días más tarde, el actor de un vídeo en el que, muy al estilo real, pedía a los españoles que hicieron algún tipo de gesto en su amor a la patria el día de la Fiesta Nacional.

Precisamente, un día antes, el 11 de octubre, en un almuerzo celebrado en el Palacio Real, el Rey, en una mesa con la Reina y ocho comensales más, se lamentó por el estado de crispación existente en vísperas del 12 de octubre. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, puso en práctica su objetivo de reinserción de Jiménez Losantos en el paisaje mediático, y solicitó al rey Juan Carlos que profesara un "trato humano" al citado periodista.

El Rey reaccionó sin complejos. "¿Cómo? ¿Más trato humano que yo doy a todos. A todos por igual, sin discriminación... Es a mí a quien tiene que dar trato humano". Añadió más: "Le he dicho a Rouco Varela que recen menos por mí y la Monarquía y se ocupen más de la Conferencia Episcopal que controla a la Cope".

Cuando el asunto parecía zanjado, Aguirre, antes de finalizar el almuerzo, volvió al punto de partida sobre la crispación: "Bueno, vamos a ver qué pasa mañana en el desfile". El Rey no se reprimió. Hizo un gesto despreciativo con sus dos manos y pronunció tres duras palabras.

Esperanza Aguirre, pues, fue protagonista en aquella comida de una escena que varias semanas más tarde se repetiría en otro país y con otro personaje. En Chile y con Hugo Chávez.

Pero antes habría de ocurrir otro hecho significativo, según fuentes diplomáticas. El Rey venía acariciando la idea de materializar un viejo proyecto de su reinado próximo a los 32 años. Había visto que la política del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero supuso una ruptura total en relación a Marruecos con la política de José María Aznar. Los viajes de Rodríguez Zapatero a Marruecos fueron seguidos de una visita excepcional, la que el presidente del Gobierno español realizó a Ceuta y Melilla a finales de enero y primeros de febrero de 2006.

Al Rey nadie le quitaba de la cabeza, según fuentes diplomáticas, que era el momento para realizar la visita a las dos ciudades. ¿Por qué era el momento? Por dos razones: las relaciones con Marruecos atravesaban por una luna de miel y la Monarquía quería una imagen que valiera más que mil palabras.

El Gobierno estudió el deseo del Rey, y aún cuando estimaba que todavía podía ser prematuro someter las excelentes relaciones con Marruecos a una prueba como la del viaje de los Reyes, se puso manos a la obra.

"No se trató de una imposición de la Casa del Rey como tal o de un capricho. Lo que el Gobierno hizo fue determinar primero si las relaciones podían encajar o aguantar esa prueba", dijo la misma fuente. Las gestiones con Marruecos indicaron que habría conflicto como resultado de la visita real. Pero la sangre no llegaría al río. El Gobierno, pues, apoyó el viaje con la seguridad de que se podían controlar los daños. Y lo logró.

El Rey, pues, llegaba a la Cumbre Iberoamericana después de un período turbulento y con la preocupación añadida de la inminente separación de su hija mayor, la infanta Elena, pero con un viaje triunfal en la mano que permitía elevar sus acciones de manera espectacular en una España más polarizada que nunca -con la crisis del Tribunal Constitucional ahora en el epicentro del huracán-, pero, a todo esto, hay otra pregunta: ¿y cómo llegaba Hugo Chávez?

La principal preocupación del líder bolivariano era y es el referéndum constitucional del 2 de diciembre, en el que se le ven menos seguridades que en otras citas electorales. Su máximo deseo era, por tanto, aprovechar el liderazgo latinoamericano para reforzar su imagen interna en Venezuela.

He aquí una escena que ayuda a entender su obsesión. Estamos en Santiago, días antes del fin de semana del 10 y 11 de noviembre. Los expertos de los 22 países que debaten los comunicados que la Cumbre hará públicos reciben una iniciativa de los responsables de Venezuela en la capital chilena. Como todos los años, se renovará la condena del embargo de Estados Unidos a Cuba. Pero los venezolanos sugieren otro comunicado especial. La Cumbre debía respaldar la reforma constitucional propuesta por el presidente Chávez, ya que, dijeron, promueve la transformación económica, social y política del país en línea con las necesidades latinoamericanas. Los expertos dijeron que no era posible. ¿Cómo inmiscuirse en los asuntos internos de un país de ese modo?

El proyecto de bolivarianizar la Cumbre no había colado. Chávez utilizó, pues, los ataques sistemáticos que le propina en sus giras el ex presidente del Gobierno español, José María Aznar, y se los echó en cara a España. No esperaba la reacción de Zapatero. El presidente del Gobierno español iba mentalizado, según fuentes gubernamentales, de que saldría al paso si Chávez - que ya había aventado el fantasma de Aznar en la mañana del día anterior, el viernes 9, cuando el presidente español mantenía fuera de la sala una reunión bilateral - volvía por los fueros. Y así lo hizo, solicitando un nuevo turno de palabra a la presidenta Michelle Bachelet. Chávez le interrumpió exigiendo respeto. El Rey saltó como un resorte señalando a Chávez, esto es, que era él quien debía respetar. Chávez pidió que se lo transmitieran a Aznar. Zapatero dijo: "Por supuesto, por supuesto". Mientras eso ocurría, el Rey consultó dos veces con Zapatero si debía intervenir. Pero el presidente español sugirió que se mantuviera la calma. En su tercer impulso, el Rey ya no consultó. Adelantó su cuerpo hacia el centro y alargó su mano izquierda mientras le espetaba, crispado, a Chávez por qué no se callaba. Fue su manera de defender el turno de Zapatero.

Chávez se quedó helado, sin reaccionar. Ahora justifica su estado de congelación porque, dice, no le escuchó. Si hasta Michelle Bachelet, al otro extremo de la mesa, escuchó, ¿cómo no iba Chávez a hacerlo cuando estaba muy cerca? Es una explicación de consumo interno para disipar la humillación que siente.